En el año 1974
la Argentina tenía 4% de pobreza hoy tiene un 32%. Esta emergencia social que
vivimos no es la consecuencia de un desastre natural. Hay que trabajar entonces
sobre las condiciones que la produjeron. Mientras tanto vemos necesario apoyar
la ley de emergencia social. Esta puede ser una buena medida, entre otras, para que mucha gente llegue a fin de mes. Y
para tomar dimensión de que no se pueden perder más puestos de trabajo.
El proceso que
ha llevado a proponer la ley creemos que es muy valioso porque ha logrado
visibilizar al pueblo pobre trabajador. Los trabajadores y trabajadoras que
luchan diariamente por sobrevivir y lo hacen en el marco de la economía
popular.
En este contexto
merece mucho respeto ese padre o esa madre de familia, que cuando ‘no alcanza
para todos’, deja de cenar para que sus hijos puedan comer. Es desde este tipo de periferias existenciales
que tenemos que mirar la realidad de nuestra Patria. Y así poner en el centro
de la acción social y política a las personas más desfavorecidas.
Es necesario que
los dirigentes –de todo tipo- escuchen el corazón del pueblo. Lo que hace que un pueblo sea un pueblo son sus
aspiraciones comunes, el proyecto común que lo pone en marcha. El corazón del
pueblo late en los pobres y pequeños, porque en sus anhelos más profundos
siempre apuntan a lo esencial
Un lugar de
escucha por ejemplo es la devoción a San Cayetano. ¿Qué valores se juegan en
ese pedido de Paz, Pan y Trabajo? Detrás
del pedido por el pan hay un pedido de justicia. No es posible que alguien pase hambre en la
Argentina, una tierra bendita de pan. Sin embargo son muchos los que no pueden
amasar su pan con el trabajo. Sólo consiguen migajas que caen por descuido de
mesas opulentas (ver Lc. 16, 21). Muchas veces esto se confunde con caridad,
cuando el pan que se pide para todos es
en realidad un clamor de justicia. Detrás del pedido de trabajo hay un pedido,
un reclamo, por el respeto de la dignidad de cada persona. La persona que no
trabaja siente que está de sobra, que no vale. La persona que no trabaja está
profundamente herida en su dignidad. Dignidad que intuye no le puede ser robada
porque le viene de Dios su Padre misericordioso, su único Patrón. Dios no
quiere que nadie falte a la mesa, una
mesa que Él mismo se pone a servir (ver Lc 12, 37). La paz social es fruto de
vivir bien y esto no se da sin justicia y sin respeto por la dignidad de cada
persona.
Por eso
consideramos que es fundamental la solidaridad del movimiento obrero con esta
multitud de trabajadores de la economía popular. Solidaridad es pensar y actuar
en términos de búsqueda de una vida digna para todos los habitantes de nuestro
país. Y para aquellos que más posibilidades hemos tenido en la vida, la vara es
más alta y la exigencia de ponernos la patria al hombro siempre es mayor.
Nuestra sociedad
nunca podrá ser feliz si tenemos un 32% de pobreza y un 6% de indigencia. Ahora
bien, detrás de las estadísticas hay rostros concretos e historias muy
dolorosas. Duelen hoy y dolieron siempre, no simplemente cuando los números los
registran y los hacen visibles. Por otro
lado tampoco es un criterio absoluto la capacidad que tengan los más pobres de
llenar una plaza para hacerse ver. A modo de ejemplo basta pensar en los miles
de chicos y chicas que consumen paco, que difícilmente puedan organizarse para
reclamar por sus derechos.
Frente a esta
situación se requiere, entre otras cosas, austeridad. Pero no se le puede pedir
austeridad a los que luchan por sobrevivir. Se requiere austeridad de los
dirigentes –políticos, empresariales, sindicales, judiciales, eclesiásticos, de
los medios de comunicación social, etc.-, la austeridad es un buen antídoto
contra la corrupción.
Esta mirada nos
ayuda a no perder el eje de una economía al servicio de las personas y los
pueblos, en vez de concebirla como un mero mecanismo de acumulación –la copa en
vez de derramarse, se agranda-. Hay que considerar la economía como un
instrumento imprescindible para que la política pueda generar oportunidades
concretas. Es así que en los barrios más vulnerables es necesaria una presencia
inteligente del Estado que lleve trabajo, en esos lugares donde la
narco-criminalidad sí está dispuesta a dar ‘trabajo’.
La cultura del
encuentro que anhelamos no propone recetas acabadas, ya que para los problemas
complejos que nos llevaron a esta situación de emergencia social no alcanzan
las respuestas lineales. Sí estamos convencidos de que en
esta cultura del encuentro los pobres no solo dan que pensar, sino que piensan;
no solo despiertan sentimientos, sino que sienten; no solo padecen injusticias
y están heridos en su dignidad, sino que creativamente luchan para vivir bien.
Y en lo concreto y cotidiano nos enseñan tantísimas veces lo que significa el
amor fraterno que se revela frente a la injusticia social.
Que la Virgen de
Luján nos enseñe a cuidar de nuestra Patria, como ella lo hace, empezando por
los más pobres y pequeños.
P. José María Di Paola, villa La Carcova,
13 de Julio y Villa Curita. Diócesis de San Martín
P. Gustavo Carrara, P. Nicolás Angellotti,
P. Eduardo Casabal, villa 1-11-14. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Lorenzo de Vedia, P. Carlos Olivero, P.
Gastón Colombres, villa 21-24 y Zavaleta. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Guillermo Torre, de la Villa 31.
Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Domingo Rehin, villa Lanzone, Villa
Costa Esperanza. Diócesis de San Martín
P. Juan Manuel Ortiz de Rosas, San
Fernando. Diócesis de San Isidro.
P. Basilicio Britez, Villa Palito, Puerta
de Hierro, San Petesburgo y 17 de Marzo. Diócesis de San Justo
P. Sebastián Sury, P. Damián Reynoso, Villa
15. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Pedro Baya Casal, P. Adrián Bennardis,
Villa 3 y del Barrio Ramón Carrillo. Arquidiócesis de Buenos Aires
P. Juan Isasmendi, Villa Trujuy. Diócesis
Merlo-Moreno.
P. Nibaldo Leal, V. Ballester. Diócesis de
San Martin.
Carlos Morena, Ángel Tissot, Mario Romanín,
Alejandro León, Juan Carlos Romanín. Salesianos. Villa Itatí. Don Bosco.
P. Hernán Cruz Martín. Barrio Don Orione -
Claypole. Obra Don Orione.
P. Dante Delia. Villa Borges. Diócesis de
San isidro.
P. Antonio Mario Ghisaura. Villa Tranquila.
Diócesis Avellaneda- Lanús.
P. Eduardo Gonzalez. Vicario general. Diócesis
de San Martin.
P. Luciano Iramain, B° Los Polvorines.
Diócesis de San Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario