DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS SOCIALMENTE
A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS SOCIALMENTE
"...Solo aquel que siente que le falta algo mira arriba y sueña, el que
tiene todo no puede soñar. La gente, los sencillos, seguían a Jesús,
porque soñaban que él los iba a curar, los iba a librar, les iba a hacer
bien, y lo seguían y él los liberaba. Hombres y mujeres con pasiones y
sueños. Y esto es lo primero que les quería decir: enséñennos a todos
los que tenemos techo, porque no nos falta la comida o la medicina,
enséñennos a no estar satisfechos. Con sus sueños, enséñennos a soñar
desde el Evangelio, donde están ustedes, desde el corazón del Evangelio...
Pobre sí, arrastrado no, eso es dignidad. La misma dignidad que tuvo
Jesús, que nació pobre, que vivió pobre, la misma dignidad que tiene la
Palabra del Evangelio, la misma dignidad que tiene un hombre o una mujer
que viven con su trabajo. Pobre sí, dominado no, explotado no. Yo sé
que muchas veces ustedes se habrán encontrado con gente que quiso
explotar vuestra pobreza, que quiso usufructuar de ella, pero sé también
que este sentimiento de ver que la vida es bella, este sentimiento,
esta dignidad los ha salvado de ser esclavos. Pobre sí, esclavo no. La
pobreza está en el corazón del Evangelio para ser vivida. La esclavitud
no está para ser vivida en el Evangelio sino para ser liberada...
La capacidad de ser solidario es uno de los frutos que nos da la
pobreza. Cuando hay mucha riqueza uno se olvida de ser solidario porque
está acostumbrado a que no le falte nada. Cuando la pobreza te lleva a
veces a sufrir te hace solidario y te hace extender la mano al que está
pasando una situación más difícil que vos. Gracias por ese ejemplo que
ustedes dan. Enseñen, enseñen solidaridad al mundo...
Yo les agradezco que hayan venido a visitarme. Les agradezco los
testimonios, y les pido perdón si alguna vez los ofendí por mi palabra o
por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido perdón en nombre
de los cristianos que no leen el Evangelio encontrando la pobreza en el
centro. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos
delante de una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro
lado. Perdón. El perdón de ustedes hacia hombres y mujeres de Iglesia,
que no los quieren mirar o no los quisieron mirar, es agua bendita para
nosotros, es limpieza para nosotros, es ayudarnos a volver a creer que
en el corazón del Evangelio está la pobreza como gran mensaje; y que
nosotros, los católicos, los cristianos, todos, tenemos que formar una
Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer de cualquier
religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se acerca y
se hace pobre para acompañarnos en la vida..."
"«Os iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas» (Ml
3,20). Las palabras del profeta Malaquías, que hemos escuchado en la
primera lectura, iluminan la celebración de esta jornada jubilar. Se
encuentran en la última página del último profeta del Antiguo Testamento
y están dirigidas a aquellos que confían en el Señor, que ponen su
esperanza en él, que ponen nuevamente su esperanza en él, eligiéndolo
como el bien más alto de sus vidas y negándose a vivir sólo para sí
mismos y su intereses personales. Para ellos, pobres de sí mismos pero
ricos de Dios, amanecerá el sol de su justicia: ellos son los pobres en
el espíritu, a los que Jesús promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y Dios, por medio del profeta Malaquías, llama mi «propiedad personal» (Ml
3,17). El profeta los contrapone a los arrogantes, a los que han puesto
la seguridad de su vida en su autosuficiencia y en los bienes del
mundo...
Sin embargo, precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen
rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas
valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la
creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que
pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a
los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de
descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se
presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves
problemas del mundo, que se convierten solamente en una cantinela ya
oída en los titulares de los telediarios.
Hoy, queridos hermanos y hermanas, es vuestro Jubileo, y con vuestra
presencia nos ayudáis a sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: Él
no se queda en las apariencias (cf. 1 S 16,7 ), sino que pone sus ojos «en el humilde y abatido» (Is
66.2), en tantos pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que
no nos damos cuenta de Lázaro que es excluido y rechazado (cf. Lc
16,19-21). Es darle la espalda a Dios. ¡Es darle la espalda a Dios!
Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en lugar
de las personas que hay que amar, estamos ante un síntoma de esclerosis
espiritual. Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto
más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más
aumentan las personas que no pueden acceder a ello. Es una gran
injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y
cómo será el fin del mundo. Porque no se puede estar tranquilo en casa
mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que
está bien, cuando falta justicia en la casa de todos.
Hoy, en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las
Puertas de la Misericordia. Pidamos la gracia de no apartar los ojos de
Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona. Abramos nuestros ojos
a Dios, purificando la mirada del corazón de las representaciones
engañosas y temibles, del dios de la potencia y de los castigos,
proyección del orgullo y el temor humano. Miremos con confianza al Dios
de la misericordia, con la seguridad de que «el amor no pasa nunca» (1 Co
13,8). Renovemos la esperanza en la vida verdadera a la que estamos
llamados, la que no pasará y nos aguarda en comunión con el Señor y con
los demás, en una alegría que durará para siempre y sin fin.
Y abramos nuestros ojos al prójimo, especialmente al hermano olvidado
y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se
dirige la lente de la Iglesia. Que el Señor nos libre de dirigirla
hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de los
intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo. Nuestra Madre la Iglesia mira «a toda
la humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho
evangélico» (Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29 septiembre 1963). Por derecho y también por deber evangélico,
porque nuestra tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son
los pobres. A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy sea la
«Jornada de los pobres». Nos lo recuerda una antigua tradición, que se
refiere al santo mártir romano Lorenzo. Él, antes de sufrir un atroz
martirio por amor al Señor, distribuyó los bienes de la comunidad a los
pobres, a los que consideraba como los verdaderos tesoros de la Iglesia. Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el corazón a él y a nuestros verdaderos tesoros".
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