Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes:
Discurso del Santo Padre
Queridos amigos:
Agradezco las palabras del Cardenal Ouellet, e inicié esta
intervención diciéndoles “queridos amigos”, y no por un mero recurso
retórico sino porque al pensar en la iniciativa que han emprendido creo
que puede ser oportuno recordar una línea del capítulo 15 del evangelio
de san Juan, en el que Jesús dice a todos: «En adelante, ya no los
llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde
ahora los llamaré amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí a
mi Padre» (Jn 15,15).
Y Jesús funda la Iglesia con aires de una amistad, como un acto de
amor, como un gesto de compasión por nuestra condición frágil y
limitada. Y al encarnarse, Jesucristo abraza nuestra humanidad, abraza a
nuestro “yo”, a veces egoísta, tantas veces temeroso, para regalarnos
su fuerza y mostrarnos que no estamos solos en el camino de la vida, que
tenemos un amigo que nos acompaña. Gracias a ello, cada vez que decimos
“yo” podemos decir “nosotros”, es decir, somos comunidad con Él.
Tenemos un “amigo” que nos sostiene, nos invita a proponer
misioneramente esa misma amistad a todos los demás y así dilatar la
experiencia de “Iglesia”.
Y esta verdad tiene muchas implicaciones en distintos ámbitos, pero
en especial es importante para aquellos que descubren que son llamados a
ser responsables de la promoción del bien común.
Ser católico en la política no significa ser un recluta de algún
grupo, una organización o partido, sino vivir dentro de una amistad,
dentro de una comunidad. Si tú al formarte en la Doctrina social de la
Iglesia no descubres la necesidad en tu corazón de pertenecer a una
comunidad de discipulado misionero verdaderamente eclesial, en la que
puedas vivir la experiencia de ser amado por Dios, corres el riesgo de
lanzarte un poco a solas a los desafíos del poder, de las estrategias,
de la acción, y terminar en el mejor de los casos con un buen puesto
político pero solo, triste y con el riesgo de ser manipulado.
Jesús nos invita a ser sus amigos. Si nos abrimos a esta oportunidad
nuestra fragilidad no va a disminuir. Las circunstancias en las que
vivimos no cambiarán de inmediato. Sin embargo, podremos mirar la
realidad de una manera nueva, podremos vivir con renovada pasión los
desafíos en la construcción del bien común. No olvidemos que entrar en
política, significa apostar por la amistad social.
En América Latina tenemos un santo que sabía bien de estas cosas.
Supo vivir la fe como amistad y el compromiso con su pueblo hasta dar la
vida por él. El veía a muchos laicos deseosos de cambiar las cosas pero
que muchas veces se extraviaban con falsas respuestas de tipo
ideológico. Con la mente y el corazón puestos en Jesús y guiado por la
Doctrina social de la Iglesia, san Óscar Arnulfo Romero decía, y cito:
«La Iglesia no se puede identificar con ninguna organización, ni
siquiera con aquellas que se califiquen y se sientan cristianas. La
Iglesia no es la organización, ni la organización es la Iglesia. Si en
un cristiano han crecido las dimensiones de la fe y de la vocación
política, no se pueden identificar sin más las tareas de la fe y una
determinada tarea política, ni mucho menos se pueden identificar Iglesia
y organización. No se puede afirmar que solo dentro de una determinada
organización se puede desarrollar la exigencia de la fe. No todo
cristiano tiene vocación política, ni el cauce político es el único que
lleva a una tarea de justicia. También hay otros modos de traducir la fe
en un trabajo de justicia y de bien común. No se puede exigir a la
Iglesia o a sus símbolos eclesiales que se conviertan en mecanismos de
actividad política. Para ser buen político no se necesita ser cristiano,
pero el cristiano metido en actividad política tiene obligación de
confesar su fe. Y si en eso surgiera en este campo un conflicto entre la
lealtad a su fe y la lealtad a la organización, el cristiano verdadero
debe preferir su fe y demostrar que su lucha por la justicia es por la
justicia del Reino de Dios, y no otra justicia».[1] Hasta aquí Romero.
Estas palabras pronunciadas el 6 de agosto del 78 para que los fieles
laicos fueran libres y no esclavos, para que reencontraran las razones
por las que vale la pena hacer política pero desde el evangelio
superando las ideologías. La política no es el mero arte de administrar
el poder, los recursos o las crisis. La política no es mera búsqueda de
eficacia, estrategia y acción organizada. La política es vocación de
servicio, diaconía laical que promueve la amistad social para la
generación de bien común. Solo de este modo la política colabora a que
el pueblo se torne protagonista de su historia y así se evita que
las así llamadas “clases dirigentes” crean que ellas son quienes pueden
dirimirlo todo. El famoso adagio liberal exagerado, todo por el pueblo,
pero nada con el pueblo. Hacer política no puede reducirse a técnicas y
recursos humanos y capacidad de diálogo y persuasión; esto no sirve
solo. El político está en medio de su pueblo y colabora con este medio u
otros a que el pueblo que es soberano sea el protagonista de su
historia.
En América Latina y en todo el mundo vivimos actualmente un verdadero “cambio de época”[2]
–lo decía Aparecida– que nos exige renovar nuestros lenguajes, símbolos
y métodos. Si continuamos haciendo lo mismo que se hacía algunas
décadas atrás, volveremos a recaer en los mismos problemas que
necesitamos superar en el terreno social y político. No me refiero aquí
simplemente a mejorar alguna estrategia de “marketing” sino a seguir el
método que el mismo Dios escogió para acercarse a nosotros: la
Encarnación. Asumir. Asumiendo todo lo humano –menos el pecado–
Jesucristo nos anuncia la liberación que anhela nuestro corazón y
nuestros pueblos. Y entonces ustedes como jóvenes católicos dedicados a
diversas actividades políticas serán vanguardia en el modo de acoger los
lenguajes y signos, las preocupaciones y esperanzas, de los sectores
más emblemáticos del cambio de época latinoamericano. Y les tocará
buscar los caminos del proceso político más apto para llevar adelante.
¿Cuáles son los sectores más emblemáticos o significativos en el
cambio de época latinoamericano? En mi opinión son tres, además lo deben
de haber escuchado porque esta Carriquiri aquí, así que se lo copio a
él. En mi opinión son tres a través de los cuales es posible reactivar
las energías sociales de nuestra región para que sea fiel a su identidad
y, al mismo tiempo, para que construya un proyecto de futuro: las mujeres, los jóvenes y los más pobres.
En primero lugar, las mujeres. La Comisión Pontificia para
América Latina el año pasado ha dedicado una reunión plenaria
precisamente a la mujer como pilar en la edificación de la Iglesia y la
sociedad.[3] Además, a los obispos del CELAM en Bogotá en 2017 les recordaba que «la esperanza en Latinoamérica tiene un rostro femenino».[4] En segundo lugar, los jóvenes,
porque en ellos habita la inconformidad y rebeldía que son necesarias
para promover cambios verdaderos y no meramente cosméticos. Jesucristo,
eternamente joven, está presente en su sensibilidad, en la de ellos, en
su rostro y en sus inquietudes. Y en tercer lugar, los más pobres y marginados.
Porque en la opción preferencial por ellos la Iglesia manifiesta su
fidelidad como esposa de Cristo no menos que sobre el ámbito de la
ortodoxia.[5]
Las mujeres, los jóvenes y los pobres son, por
diversas razones, lugares de encuentro privilegiado con la nueva
sensibilidad cultural emergente y con Jesucristo. Ellos son
protagonistas del cambio de época y sujetos de esperanza verdadera. Su
presencia, sus alegrías y, en especial, su sufrimiento son una fuerte
llamada de atención para quienes son responsables de la vida pública. En
la respuesta a sus necesidades y demandas se juega en buena medida la
verdadera construcción del bien común. Constituyen un lugar de
verificación de la autenticidad del compromiso católico en la política.
Si no queremos perdernos en un mar de palabras vacías, miremos siempre
el rostro de las mujeres, de los jóvenes y de los pobres. Mirémoslos
como sujetos de cambio y no como meros objetos de asistencia. La
interpelación de sus miradas nos ayudará a corregir la intención y a
redescubrir el método para actuar “inculturadamente” en nuestros
distintos contextos. Asumir, y asumir en concreto, toda esta
problemática significa ser concreto y en política cuando uno se desvía
del ser concreto se desvía también de la conducción política.
Una nueva presencia de católicos en política es necesaria en América
Latina. Una “nueva presencia” que no solo implica nuevos rostros en las
campañas electorales sino, principalmente, nuevos métodos que permitan
forjar alternativas que simultáneamente sean críticas y constructivas.
Alternativas que busquen siempre el bien posible, aunque sea modesto.
Alternativas flexibles pero con clara identidad social cristiana. Y para
ello, es preciso valorar de un modo nuevo a nuestro pueblo y a los
movimientos populares que expresan su vitalidad, su historia y sus
luchas más auténticas. Hacer política inspirada en el evangelio desde el pueblo en movimiento se
convierte en una manera potente de sanear nuestras frágiles democracias
y de abrir el espacio para reinventar nuevas instancias representativas
de origen popular.
Los católicos sabemos bien que «en las situaciones concretas, y
teniendo en cuenta las solidaridades que cada uno vive, es necesario
reconocer una legítima variedad de opciones posibles. Una misma fe
cristiana puede conducir a compromisos diferentes».[6] Por eso, los invito a que vivan su fe con gran libertad.
Sin creer jamás que existe una única forma de compromiso político para
los católicos. Un partido católico. Quizá fue esta una primera intuición
en el despertar de la Doctrina social de la Iglesia que con el pasar de
los años se fue ajustando a lo que realmente tiene que ser la vocación
del político hoy día en la sociedad, digo cristiano. No va más el
partido católico. En política es mejor tener una polifonía en política
inspirada en una misma fe y construida con múltiples sonidos e
instrumentos, que una aburrida melodía monocorde aparentemente correcta
pero homogenizadora y neutralizante –y de yapa– quieta. No, no va.
Me alegra que haya nacido la Academia de Líderes Católicos y se
expanda por diversos países de América Latina. Me alegra que ustedes
busquen simultáneamente fieles al evangelio, plurales en términos
partidistas y en comunión con sus Pastores.
Dentro de unos años, en 2031, celebraremos el V Centenario del
Acontecimiento Guadalupano y, en 2033, el segundo milenio de la
Redención. Quiera Dios que desde ahora en adelante puedan todos ustedes
trabajar en la difusión de la Doctrina social de la Iglesia para así
llegar a la celebración de estas fechas con verdaderos frutos laicales
concretos de discipulado misionero. A mí me gusta repetir que tenemos
que cuidarnos siempre de las colonizaciones culturales, no, las
colonizaciones ideológicas, las hay económicas porque las sociedades
tienen una dimensión de “coloneidad”; o sea, de ser abiertas a una
colonización. Entonces defendernos de todo. Y al respecto me permito una
intuición. A ustedes les tocará ajustar y corregir o no, pero es una
intuición que la dejo a la mano de ustedes, sino quieren equivocarse en
el camino para América Latina, la palabra es “mestizaje”. América Latina
nació mestiza, se conservará mestiza, crecerá solamente mestiza y ese
será su destino.
San Juan Diego, indígena pobre y excluido, fue precisamente el
instrumento pequeño y humilde, que escogió Santa María de Guadalupe para
una gran misión que daría origen al rostro pluriforme de la gran nación
latinoamericana. Nos encomendamos a su intercesión para que cuando las
fuerzas nos falten en la lucha por nuestro pueblo, recordemos que es
precisamente en la debilidad que la fuerza de Dios puede hacer su mejor
trabajo (cf. 2 Co 12,9). Y que la Morenita del Tepeyac nunca se
olvide de nuestra amada “Patria Grande”, eso es América Latina, una
Patria Grande en gestación, que nunca se olvide de nuestras familias y
de los que más sufren. Y por favor no se olviden ustedes de rezar por
mí. Gracias.
_____________
[1] S. Óscar Arnulfo Romero,
Homilía, 6 agosto 1978.
[2] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
Aparecida, 44.
[3] Cf. Comisión Pontificia para América Latina,
La mujer pilar de la edificiación de la Iglesia y de la sociedad en América Latina, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2018.
[4] Francisco,
Discurso al Comité Directivo del CELAM, 7 septiembre 2017.
[5] Cf. S. Juan Pablo II,
Novo millennio ineunte, 49.
[6] S. Pablo VI,
Octogesima adveniens, 50.